"Judea es verdaderamente célebre por las grandes palmeras, cuya naturaleza será ahora referida.
Sin duda, hay palmeras profusamente en Europa y en Italia, pero no dan fruto.
En las costas de Hispania sí llevan fruto, pero es de sabor áspero;
en África, sin embargo, el fruto es dulce, pero rápidamente se corrompe".
Palmera datilera en un mosaico bizantino de Túnez.
De esta manera describía en el siglo I d.C el escritor romano Plinio el Viejo, las palmeras de las orillas del Mar Mediterráneo en el libro XIII de su Naturalis Historia. Ya en este texto de Plinio se avanza uno de los descubrimientos más sorprendentes de la flora ibérica de los últimos tiempos: la existencia de una palmera autóctona del Levante español. Pero antes de relatar su descubrimiento, vamos a contaros un poco sobre las diversas especies de palmeras presentes en nuestras tierras.
Las diferentes especies de palmeras en el sureste ibérico.
Hasta hace bien poco tiempo se describía al palmito (Chamaerops humilis) , junto con la palmera de Creta (Phoenix teophrasti), como las únicas palmeras autóctonas del continente europeo, dándose por supuesto que la palmera datilera (Phoenix dactilyfera) había sido introducida en Iberia en tiempos inmemoriales por los fenicios y su cultivo había sido extendido y promovido posteriormente en las huertas de Alicante, Valencia y Región de Murcia por los árabes.
En su descripción de los montes de Cartagena de 1589, Fray Jerónimo Hurtado ya menciona la abundante presencia de esta especie en nuestros campos:
"En cuanto al monte, es lo más lentisco y esparto... algunos pinos y acebuches y enebros y muchas palmeras de las pequeñas"
Palmitar en el entorno de Galifa, con la Sierra de La Muela al fondo.
El palmito era denominado en Cartagena palmera o margallón, término éste procedente del catalán, y forma parte esencial del paisaje y la etnografía del Campo de Cartagena. La fibra de palmito se usaba tradicionalmente en nuestra comarca en la confección de todo tipo de artículos de cestería y cordelería, escobas, calzado, vestimentas o, incluso, rellenos de colchones (llamados 'moños'). En el museo arqueológico de Cartagena se conservan dos bonetes y un gorro cubre-espaldas de época romana realizados todos con fibra de palmito con el que los esclavos de la minería se protegían la espalda y la cabeza de la pesada carga del mineral que llevaban sobre sus hombros.
Bonetes de época romana realizados con fibra de palmito en el Museo Arqueológico de Cartagena.
Con la hoja del palmito se elaboraban objetos ornamentales denominados 'castillos' que eran colocados en jarrones para decorar.
Castillo elaborado con hojas de palmito por doña Pepita Madrid Torres. A la derecha, en un jarrón con espigas de trigo y flores secas.
El palmito era también protagonista de ciertas festividades, como las de San Antón (17 de enero) o del día de la Candelaria (2 de febrero), en las que se solían celebrar las tradicionales 'palmitás': salidas al campo en las que se consumían crudos los cogollos del palmito.
Debido al expolio secular al que hemos sometido a nuestros montes, estamos acostumbrados a categorizar a los palmitos como palmeras de porte enano. Sin embargo, en lugares apartados donde no ha llegado el hacha del hombre ni los rebaños de cabras y ovejas, éstos pueden llegar a vivir varios siglos y alcanzar portes de hasta seis o siete metros, como los ejemplares que descubrió nuestro compañero Eduardo Agüera en el acantilado del Poyo de la Raja, en Cabo Tiñoso. En Marruecos, Jesús Charco en su libro 'el bosque mediterráneo en el norte de África', cita la presencia de palmitos de entre 13 y 15 metros de altura en el interior de los morabitos, tumbas de santos, donde la vegetación es conservada intacta por respeto a lo sagrado del lugar. Podríamos, tal vez, imaginar en épocas pretéritas palmitos de esos portes en los suelos profundos y fértiles del Campo de Cartagena hoy ocupados por la agricultura intensiva.
La palmera datilera viene formando parte del paisaje tradicional del Levante desde
hace milenios. Así, por ejemplo, representaciones de palmeras datileras aparecen ya en emisiones
monetarias cartaginesas ibéricas del siglo III a.C.
Shekel de plata cartaginés, emitido muy posiblemente en la ceca púnica de Qart Hadasht,
actual Cartagena, en el siglo III a.C y que representa - supuestamente-
a Anibal en una cara y a un caballo sobre una palmera datilera en la
otra.
Introducida la palmera datilera desde tiempos inmemoriales, probablemente por los fenicios, su cultivo fue extendido y fomentado por los árabes a lo largo de todo Levante, uniéndose íntimamente a la cultura tradicional del sureste de España y conformando parte esencial de la memoria y el patrimonio etnográfico de buena parte de las provincias de Alicante, Murcia, Almería y Valencia.
Así, el cuadrante suroriental de la Península Ibérica conserva los mejores y mayores palmerales de toda Europa, destacando, en primer lugar, el Palmeral de Elche, declarado patrimonio de la humanidad, pero también los de Orihuela, Abanilla o Archena.
En Cartagena, las palmeras datileras fueron protegidas en 1738 por las ordenanzas del Concejo para evitar que fueran esquilmadas.
Por cuanto se experimenta mucha falta de leña en los montes
y baldíos de esta ciudad, ordenamos y mandamos que en ellos ninguna persona
pueda arrancar ni quemar palmeras y sí sólo rozarlas para que se puedan
servir de las palmas para quemar los hornos u otros menesteres a que se
aplican, pena que lo contrario por cada palmera que arranquen o corten,
doscientos maravedís, aplicado conforme a la ordenanza, y por la segunda,
doblada la pena y quince días de cárcel.
En Cartagena existió un extenso palmeral en lo que hoy es el Barrio de la Concepción, denominado el Huerto de los Palmeros, propiedad de don Luis Angosto y que tuvo que ser ciertamente llamativo, pues fue el motivo principal de numerosas postales que se editaron a principios del siglo pasado. La corta distancia a la que fueron plantados indica que su fin era el de proteger con su sombra los cultivos en su interior. Este precioso palmeral desapareció tristemente hacia 1935 con los nuevos planes urbanísticos del siglo XX en la ciudad que supusieron la construcción de las viviendas de lo que actualmente se conoce como La Conciliación.
Vista del antiguo puente de Quitapellejos sobre la rambla de Benipila con el Huerto de Los Palmeros al fondo.
Huerto de los palmeros en el Barrio de la Concepción de Cartagena hacia 1915. Al fondo se aprecia el castillo de La Atalaya.
También contó con un extenso palmeral el Monasterio de San Ginés de La Jara, hoy lamentablemente expoliado y arruinado, tanto el cenobio como su huerto.
Fotografía antigua del huerto del Monasterio de San Ginés.
La palmera datilera está indisolublemente unida a la memoria de los jardines y huertos del Levante. De la palmera datilera se han utilizado sus dátiles en alimentación, tanto humana como animal, sus hojas en cestería y cordelería y sus troncos como vigas en construcción y como colmenas en apicultura.
Palmeras del huerto de la casa conocida como 'la 1900' en la Media Sala de Cartagena.
No podemos olvidar tampoco el uso religioso de las palmeras que eran encapirotadas para producir palmas blancas para la Semana Santa.
Palmas del domingo de ramos en Cartagena.
Enlazamos aquí un fragmento de una interesante conferencia de Concha Obón de Castro, bióloga especializada en palmeras en la Universidad Miguel Hernández de Elche.
La palmera canaria (Phoenix canariensis).
La palmera canaria se diferencia de la palmera datilera por su estípite (tronco) más regular, ancho y cilíndrico, sus hojas más cortas y sus dátiles más pequeños y no comestibles. Por su mayor regularidad y mayor calidad estética con respecto a la palmera datilera se viene utilizando en jardinería desde hace muchísimos años y su cultivo como ornamental se ha extendido por todo el mundo. En Cartagena, podemos ver los preciosos ejemplares centenarios del monumento a los héroes de Cavite y Santiago de Cuba.
En la plaza de los héroes de Cavite y Cuba de Cartagena podemos contemplar ejemplares juntos de las dos especies: los más antiguos y de tronco más regular y recto son las palmeras canarias, los de porte más irregular son las palmeras datileras.
La palmera ibérica de rambla (Phoenix iberica).
Los palmereros que se dedicaban al manejo y explotación tradicional de las palmeras en el sureste de España solían hablar de un grupo de palmeras de rambla en
la zona de Abanilla como diferentes del resto de palmeras datileras con las que
ellos solían trabajar. Estos palmereros venían usando tradicionalmente el polen de estas palmeras presentes en la zona del río Chícamo para machear las palmeras datileras hembras de otras zonas, ya que los machos de estas peculiares palmeras
producía polen muy fértil y abundante, mientras que el polen de
las palmeras datileras cultivadas solía ser menos copioso y de peor calidad. Se diferenciaban también estas palmeras de Abanilla por sus dátiles más pequeños y su sabor poco agradable.
Palmeras de la rambla de Abanilla encapirotadas para las procesiones de
Semana Santa, posibles ejemplares híbridos entre palmera datilera y palmera ibérica. Fotografía de Eduardo Agüera
Bastida.
En
un principio, estas palmeras de las ramblas de Abanilla, habían sido categorizadas como
ejemplares asilvestrados procedentes de semillas de palmeras datileras cultivadas. Sin embargo, el estudio de las características morfológicas de este grupo
de ejemplares presentes en el río Chícamo llevó en 1997 a los botánicos Diego Rivera, S.Ríos y C.Obón de las Universidades de Murcia y Elche a describir para la ciencia una nueva especie de palmera, diferente de la palmera datilera, a la que denominaron Phoenix iberica basándose en diferencias morfológicas, tales como hojas de color verde-glauco ( con aspecto plateado) , foliolos rígidos (cada una de las divisiones de la hoja) y acantófilos (foliolos transformados en espinas en la base de la hoja) gruesos y en diferentes planos, incluso perpendiculares, con respecto al raquis de la hoja, en la parte basal de la misma. Además, como ya había descrito Plinio en el siglo I, sus dátiles eran pequeños, con mucho hueso y poca carne y tenían un sabor áspero.
Posibles ejemplares de Phoenix iberica en la rambla de El Gorguel (Cartagena).
De momento, la publicación flora ibérica del Real Jardín Botánico de Madrid no da validez a esta nueva especie en sus ediciones. Sin embargo, lo que en un principio fue una hipótesis basada en diferencias morfológicas ha sido posteriormente confirmado por análisis genéticos. El estudio del ADN de las palmeras ibéricas ha determinado que estas palmeras levantinas pertenecen a un grupo diferente del de las palmeras del Mediterráneo Oriental y conforman un grupo de palmeras occidentales distinto junto con la palmera canaria (Phoenix canariensis), la palmera de Creta (Phoenix teophrasti) y la palmera de Cabo Verde (Phoenix atlantica). Con posterioridad, pruebas paleontológicas han ido confirmando también la hipótesis de la existencia de una especie de palmera endémica de nuestras ramblas.
Posibles palmeras ibéricas en El Gorguel (Cartagena).
Tras la descripción de Phoenix iberica en Abanilla, posibles individuos de esta especie han ido apareciendo en nuestra zona en La Manga, El Gorguel o Calblanque, a falta de confirmación por medio de análisis genéticos o morfológicos especializados. Para complicar un poco el asunto, Phoenix iberica y Phoenix dactylifera se hibridan con facilidad dando lugar al híbrido Phoenix x abanillensis.
Resulta difícil tener una visión amplia del hábitat correspondiente a estos palmerales debido a lo exiguo de su representación y a la falta de estudios profundos sobre éste. En Abanilla se presenta sobre suelos margosos en cauces de ramblas con un nivel freático alto y algo de salinidad, típicamente junto con comunidades de tarays (Tamarix canariensis). Según la nomenclatura de la Unión Europea, las comunidades de palmeras endémicas se categorizan como hábitat prioritario con el código 9370 * Palmerales de Phoenix sp. y así se recoge en el manual de interpretación de hábitats naturales y seminaturales de la Región de Murcia.
Palmeras y tarays en el cauce del río Chícamo en Abanilla.
Muy posiblemente, su utilidad como productoras de polen fértil ha sido lo que ha salvado al grupo de palmeras ibéricas de Abanilla de la desaparición, sin embargo, la situación poblacional de la especie a nivel nacional no es halagüeña. La palmera ibérica está amenazada por la hibridación con la palmera datilera, por la pérdida y alteración de su hábitat y por la introducción de plagas foráneas, como la del picudo rojo. Por lo reciente de su descubrimiento, la palmera de rambla carece por completo de protección legal, si bien debería ser merecedora de atención por parte de la administración y de la redacción de un plan de recuperación y reforzamiento de sus poblaciones.
Los proyectos de ARBA para la recuperación de Phoenix iberica.
Desde la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono queremos aportar nuestro pequeño granito de arena en la conservación de esta especie emblemática de la flora del sureste.
Dentro de nuestro proyecto de restauración forestal en la finca de El Rentero en el Parque Natural de Calblanque, en ARBA Cartagena-La Unión vamos a incluir una acción de refuerzo poblacional del palmeral existente en el entorno de las salinas. A la espera de confirmación por parte de algún ojo experto, para nosotros, los ejemplares de palmeras de Calblanque podrían presentar características propias de Phoenix iberica o de su híbrido con la palmera datilera, como son los foliolos en diferentes planos, con algunos de éstos en sentido vertical con respecto a la base de la hoja.
Restos del antiguo palmeral en el entorno de las salinas de Calblanque.
Este
grupo de palmeras fue expoliado en los años 80-90 cuando decenas de
ellas fueron extraídas y robadas y es nuestro propósito el de recuperar
este palmeral con la plantación de algunas decenas de ejemplares de Phoenix iberica en el entorno de la Finca de El Rentero.
Detalle de los foliolos en diferentes planos de las palmeras de Calblanque.
Por otro lado, nuestros compañeros de ARBA Murcia tienen en proyecto la recuperación, limpieza y restauración forestal de un humedal situado en Molina de Segura, en la denominada Charca de los Tarays. Se trata de un apasionante proyecto de recuperación de un entorno de badlands de yesos, degradado, pero que conserva numerosos valores naturales, entre ellos la presencia de numerosas especies gipsófilas, es decir, adaptadas a suelos con presencia de sales y yeso, tales como Limonium caesium o Teucrium libanitis.
Nuestro
objetivo es dejar un medio ambiente mejor a los que vienen detrás de
nosotros. Queremos recuperar los bosques y arbustedas que hace siglos
cubrían nuestros montes. ¿Te animas a echar una mano? Puedes venir a
colaborar con nosotros físicamente y poner tus manos y tu trabajo, o, si
no tienes esa posibilidad, puedes apoyar económicamente a ARBA
Cartagena - La Unión y nosotros plantaremos esos árboles por ti. Tienes
la información en nuestra web.
Como todos los veranos, se sucede en nuestro territorio nacional la plaga de incendios forestales que acapara portadas de diarios y bloques de información de los diferentes medios de comunicación. Como todos los veranos también, se acumulan en estos medios las ligeras y poco documentadas opiniones de periodistas sobre las causas del fuego y sus posibles soluciones: así, se dice frívolamente 'que los incendios se apagan en invierno', 'que el monte se quema porque está sucio' y otro tipo de afirmaciones poco sólidas y menos documentadas sobre las causas profundas y reales de los incendios forestales en España.
Incendio de 2012 en la Sierra de La Muela causado por una ridícula imprudencia. Desde 2017, ARBA
Cartagena-La Unión hemos estado reforestando esta superficie quemada con el objetivo de
sustituir un pinar de repoblación por un bosque biodiverso.
En esta entrada del blog os vamos a dar nuestra opinión sobre los incendios forestales, sus causas, sus posibles soluciones y qué hacer en un terreno después del paso del fuego.
Existe bastante desinformación sobre las causas reales y la evolución histórica de los
incendios forestales en España. Es cierto que en el 95% de los incendios
que se producen en España se encuentra detrás la mano del hombre, bien sea por
causa intencionada o por negligencia. Escuchamos con frecuencia decir que a los pirómanos habría que meterlos en la cárcel de por vida
como solución al problema de los incendios. Sin embargo, sólo el 10% de
los fuegos son provocados por este tipo de personas que
disfrutan insanamente metiendo fuego al monte. Hemos oído también decir que la ley
de montes de 2003 provocó un aumento de los incendios forestales con la
intención de recalificar el suelo para construir. Sin embargo, la
superficie quemada en los años posteriores a la ley de montes no aumentó
y, de hecho, sólo el 0,6% de los incendios forestales han tenido la
especulación inmobiliaria como motivación criminal.
Evolución de la superficie incendiada en España, años 1961-2015. No se
aprecia un incremento de los incendios después de la aprobación de la
ley de montes de 2003.
Se menciona también el despoblamiento del campo y el abandono de la vida rural como motivos de los incendios. Se propone incluso volver a llenar los montes de cabras con el objetivo de reducir el riesgo de incendios forestales eliminando la 'maleza' a la que se atribuye la causa de los incendios estivales.
Cuando, en siglos pasados, rebaños de centenares de cabras y ovejas vagaban por los montes de España arrasando con toda la vegetación, lógicamente, la tasa de incendios era mucho más baja porque no quedaba prácticamente nada que quemar, ahora hay más incendios porque hay muchísima más superficie forestal. En el pasado, los montes se encontraban arrasados por el sobrepastoreo, con un dramático problema de desertificación y erosión del suelo causado por esta razón. ¿Es eso lo que queremos?
Terreno sobrepastoreado a la derecha y protegido de la ganadería a la izquierda en Australia.
¿Cuál es entonces la principal causa de los incendios forestales en
España? Pues resulta que la principal motivación de los fuegos en
nuestro país está relacionada con las malas prácticas agrícolas. La
causa del 68% de los incendios forestales en España tiene que ver muy
principalmente con el clareo de bosques para la creación de pastos y con
las quemas agrícolas. La generación de pastos para el ganado,
irónicamente subvencionados por la Política Agrícola de la Unión
Europea, fue la razón principal, por ejemplo, de la espantosa ola de incendios que asoló la cornisa cantábrica entre 2015 y 2017. Incendiar el monte no sólo no tiene habitualmente ninguna consecuencia legal debido a la dificultad probatoria, sino que, encima, te pagan por ello.
Junto con las reales causas de los incendios debemos también considerar qué tipo de formación arbórea es la que más arde.
Muy significativamente, según los gráficos anteriores, la mayoría de los
incendios forestales se producen en España en bosques de repoblación,
no en bosques maduros. También es extraordinariamente significativo,
según el segundo gráfico, que la mayoría de los fuegos se produzcan
en pinares y eucaliptales (el 62%), las especies que son predominantes en las
repoblaciones forestales.
Por el contrario, los bosques maduros, es decir, aquellos que están cerca de su climax y están compuestos por una gran cantidad y diversidad de especies son sólo el 14% de los bosques incendiados. Encinares, alcornocales, hayedos, robledales o pinares autóctonos son porcentualmente mucho menos afectados por los incendios que los bosques de repoblación, y, sin embargo, sólo las encinas representan ya el 19% de la vegetación total en España.
Consecuentemente, o existe algún extraño motivo por el que estos bosques naturales y autóctonos son menos objeto de la vis criminal de los incendiarios, o bien son menos inflamables y más resistentes al fuego.
¿Los montes están sucios?
Con
frecuencia, escuchamos en
medios de comunicación opinar a periodistas y profanos sobre la
necesidad de
'limpiar' el monte durante el invierno para evitar incendios forestales: estas
'limpiezas' consisten en la
eliminación de todo el estrato arbustivo y herbáceo del monte y la saca de ramas y troncos muertos, dejando exclusivamente
los árboles y el suelo desnudo para evitar la propagación del fuego. Como ejemplo tomado al azar, aquí
tenemos unas declaraciones de un alcalde valenciano
reclamando la limpieza del monte de malezas para evitar incendios.
En el siguiente vídeo, podemos ver una 'limpieza' de un pinar en un monte
en la Provincia de Teruel. En esta operación resultan erradicados todos
los arbustos y hierbas, dejando sólo los pinos.
¿Son estas limpiezas apropiadas? ¿Realmente un monte con hierbas y arbustos llenos de flores y frutos es un monte sucio?
Como declaración de principios, para nosotros, esto es un bosque sucio:
Y esto que vemos a continuación, no es un bosque limpio. De hecho, para
nosotros, ni siquiera puede llamarse bosque: es una plantación de pinos, que es
una cosa bastante diferente.
En nuestra opinión, un bosque mediterráneo debería mantener todos sus estratos
constitutivos: el herbáceo, el arbustivo y el arbóreo. En realidad,
en muchas ocasiones, ni siquiera el estrato arbóreo debería ser el
predominante. Muchas formaciones vegetales climácicas mediterráneas son bosques muy abiertos, arbustedas o matorrales, especialmente en el árido sureste, donde conforman formaciones únicas en Europa. Eliminar el matorral o los arbustos supone destruir componentes esenciales y estructurales de estos hábitats.
En un carrascal como el de la siguiente foto podemos ver un ecosistema
sano, un bosque muy abierto con hierbas y arbustos de muy diferentes especies que, de forma
escalonada, van produciendo flores para los insectos polinizadores
durante todo el año y frutos para las aves y otros animales a lo largo de todas las
estaciones. Un bosque biodiverso proporciona alimento a los animales de forma continua, las plantas establecen relaciones de facilitación biológica permitiendo el asentamiento de las especies cada vez más exigentes y promoviendo el avance en las etapas de sucesión ecológica, los
troncos y ramas muertas dan alimento a insectos que se alimentan de
madera en descomposición y sobre ellos se establecen hongos y microorganismos
descomponedores de materia orgánica que es devuelta al ecosistema. Un bosque de este tipo es además
capaz de reponerse a un incendio en un plazo de tiempo razonablemente
breve.
Carrascal de encinas (Quercus rotundifolia) en la rambla de El Cañar (Cartagena).
Por el contrario, en la foto siguiente, os mostramos una panorámica de una plantación de pinos de El Chorrillo en La Unión. En esta pinada no
hay ninguna flor para insectos, ni hay ninguna especie de planta que
produzca frutos comestibles para aves y otros animales frugívoros. En
realidad, muy pocos animales pueden vivir aquí ya que pocos son los que, como la oruga de la procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa), pueden consumir las duras hojas del pino o, como el piquituerto (Loxia curvirostra), pueden abrir las piñas para consumir los piñones. No sólo una pinada así no es un bosque limpio, sino que
lo que tenemos es un ecosistema extraordinariamente pobre, sin vida animal, y que además
resulta ser un peligro en caso de incendio por la altísima inflamabilidad
de la resina del pino.
Pinar de repoblación en El Chorrillo, La Unión.
En las sierras de Cartagena contamos con pinares naturales o que se han
manejado para hacerlos más naturales. Es el caso de la pinada de la
Sierra de La Muela, que en las zonas no afectadas por el incendio de
2012, fue clareada de pinos, lo cual permitió el desarrollo del sotobosque y, en la actualidad, presenta un aspecto
mucho más diverso y natural, albergando más vida tanto animal como
vegetal y resultando mucho más resistente a plagas, sequías e incendios.
Pinada de La Muela, con albaidas, palmitos, coscojas, aladiernos, romeros, etc.
En
muchísimas ocasiones, como hemos dicho antes, lo que arde en un
incendio forestal ni siquiera es un bosque, sino una plantación de
árboles. En enormes superficies de nuestro país el monte autóctono
original ha sido erradicado y sustituido por plantaciones de pinos y
eucaliptos para producción maderera y de celulosa para producción de papel. Millones de hectáreas
llenas de vida de robledales y hayedos autóctonos de Galicia, Asturias y País Vasco o
encinares y alcornocales de Huelva o Extremadura han sido arrasadas y,
en su lugar, tenemos hoy plantaciones de eucaliptos y pinos ocupando el monte. Se trata de cultivos forestales de los que han
desaparecido los osos, los urogallos, los linces, los lobos y el resto
de la fauna.
Plantación de eucaliptos en Galicia donde antes habría un robledal.
Por otro lado, las acículas secas y la
resina del pino son extremadamente inflamables,
pero aún más inflamable es el eucaliptol, un aceite volátil emitido
por el eucalipto que se evapora en verano y que favorece los incendios
forestales. En Australia, de donde es originario, el eucalipto se aprovecha de los fuegos estivales acelerando la expansión de
las llamas que eliminan
la competencia con otras especies vegetales y rebrotando tras el verano. Lo que vemos arder en muchas
ocasiones en nuestro país no son realmente bosques,
sino cultivos de pinos o eucaliptos, arboledas sin biodiversidad, algo no muy diferente, en términos ecológicos, a lo que sería el
incendio de una plantación de alcachofas o tomates.
El fuego forma parte de los ecosistemas mediterráneos.
A los que vivimos en un clima mediterráneo, nuestra experiencia vital nos hace concebir siempre el verano como una época extraordinariamente cálida y seca: nuestro cerebro asocia de forma inconsciente calor con sequía. Sin embargo, esto no es lo normal en los diferentes climas de la tierra: en casi todas las latitudes del planeta lo normal es que llueva cuando hace calor y el clima mediterráneo es casi la excepción. Cualquier estudiante de secundaria (que haya estudiado) puede identificar fácilmente en un exámen un climograma correspondiente a un clima mediterráneo por el hueco que se genera entre precipitaciones y temperaturas durante los meses de verano: temperaturas muy altas y ausencia casi total de precipitaciones.
Durante el verano septentrional, la banda de altas presiones subtropicales se desplaza hacia el norte, ocupando todas las latitudes templadas bajo el paralelo 47º aproximadamente e impidiendo el descuelgue de las borrascas atlánticas hacia el sur, generándonos un clima cálido y seco.
Esta especial característica de nuestro clima mediterráneo, que tantas alegrías da al sector turístico y a la economía de nuestro país, supone, sin embargo, un extraordinario reto de supervivencia para las plantas que habitan nuestros montes, ya que los tres o cuatro meses de total ausencia de precipitaciones de los climas mediterráneos, que incluso pueden llegar a convertirse en hasta cinco o seis meses sin lluvia en climas de tipo estepario o semiárido como es el caso del de la Región de Murcia, coinciden con el periodo de máxima insolación. Durante estos meses de verano, nuestro clima se comporta como un auténtico clima desértico y la supervivencia de las plantas mediterráneas resulta extraordinariamente puesta al límite.
El oroval (Withania frutescens) pierde sus hojas durante el verano.
Algunas plantas han conseguido reducir el tamaño de sus hojas al mínimo, como los tomillos, o incluso han llegado a hacerlas desaparecer, como los chumberillos de lobo. Otras especies han desarrollado ceras sobre las hojas que evitan la evaporación o pelos de color blanco que reflectan la luz del sol o, incluso, han modificado sus hojas para hacerlas duras y coriáceas -la esclerofilia- con estomas que se cierran y se abren según el estrés hídrico al que las plantas se ven sometidas.
Las adaptaciones son muchas y muy diversas, pero si hay una característica común que comparten todas las especies mediterráneas, con escasísimas excepciones, ésta es la adaptación y resistencia al fuego. Durante el verano mediterráneo, se dan las condiciones perfectas para que se produzcan y extiendan incendios forestales según la conocida fórmula del 30/30/30, esto es: más de 30º de temperatura, menos de un 30% de humedad del aire y rachas de viento de más de 30 km/h.
Riesgo de incendios en España de un día cualquiera del mes de julio.
Justamente por llevar algunos millones de años conviviendo con los incendios que, de forma natural y fortuita, se producen durante el verano de nuestro clima, las especies mediterráneas de árboles y plantas
han evolucionado junto al fuego y están preparadas, de una u otra
manera, para resistir incendios ocasionales: el fuego forma parte de los
ecosistemas mediterráneos.
Algunas
especies, como el alcornoque (Quercus suber), han desarrollado, como respuesta evolutiva a la recurrencia de incendios estivales, una
gruesa capa ignífuga que protege el tronco del árbol. Esta capa protectora es el conocido corcho que los seres
humanos aprovechamos para muy diversas utilidades.
Corteza natural de corcho de un alcornoque.
Descorchado de un alcornoque en Andalucía.
Aún sin esa corteza protectora, la
mayor parte de las especies mediterráneas son excelentes rebrotadoras
después del paso del fuego: palmitos, lentiscos, encinas, madroños,
espinos negros, o nuestro ciprés de Cartagena, todas ellas son capaces de
emitir nuevos brotes una vez que el fuego ha pasado y ha comenzado la
temporada de lluvias.
Un
paso más allá en las adaptaciones a los incendios es el de las plantas que directamente necesitan o se benefician del
fuego para poder reproducirse: son las denominadas plantas pirófitas. Así, los pinos y todas las jaras son especies de este tipo. El pino carrasco (Pinus halepensis) no es capaz de rebrotar tras el fuego, sin embargo, tras el paso de las llamas, las
piñas se abren y estallan, liberando al aire cientos de
semillas que germinan durante el otoño. Hasta tal punto es efectivo este
sistema que puede llegar a convertirse en un problema de densidad de
pinos si no se actúa eliminando el exceso de regenerado.
Exceso de regenerado de pino carrasco tras el incendio de 2012 de la Sierra de La Muela en Cartagena.
Exceso de regenerado de pino carrasco tras el incendio de Atamaría de 2011 (Parque Natural de Calblanque, Cartagena).
Las diversas especies de jaras, como pueden ser la jara común (Cistus albidus), el jaguarzo (Cistus monspeliensis) o la jara de Cartagena (Cistus heterophyllus) -esta última en peligro de extinción y en cuyo programa de recuperación está colaborando ARBA Cartagena- están tan íntimamente vinculadas con los incendios forestales que, para poder producirlas en vivero, es necesario pasarlas antes por el horno a 100º para activar la germinación de las semillas. Bastantes especies de jaras, como la jara pringosa (Cistus ladanifer), producen incluso una resina que es altamente inflamable y favorece la expansión de los incendios.
Horneado a 100º de las semillas de jara común (Cistus albidus) para activar la germinación.
Una visión diferente del problema de los incendios forestales en España. Conclusiones.
Un incendio forestal es siempre una tragedia: se ponen en riesgo bienes materiales y, sobre todo, vidas humanas, a veces con nefastas consecuencias. Se pierden vidas de animales silvestres y domésticos y, en algunas ocasiones, resultan afectados valiosos ecosistemas que tardan años en recuperarse.
En esta entrada anterior de
nuestro blog ya os hablamos de las reforestaciones realizadas con pino
en España después de la guerra civil y de los problemas que plantean, entre ellos el del aumento de la inflamabilidad de los montes. Se trata de reforestaciones realizadas en el pasado con una sola
especie, normalmente pinos, que fueron plantados sin tener en cuenta la vegetación potencial de la zona - la que existiría en ausencia de perturbaciones humanas y
que mejor se adaptaría las condiciones del clima y suelo de la zona.
Estas reforestaciones monoespecíficas son muy vulnerables a las plagas,
las sequías y, especialmente, a los incendios.
Los bosques no arden porque estén sucios, sino porque en el 95% de los casos, se les prende fuego, bien por negligencia o de forma intencionada. Por otro lado, las formaciones que más arden en España, no son bosques autóctonos, maduros y diversos, sino, de forma mayoritaria, plantaciones de árboles reforestados y, especialmente en la zona cantábrica, plantaciones de pinos y eucaliptos para producción maderera y de pasta de celulosa.
Reforestación realizada con pino carrasco en la subida a Tentegorra por la Mancomunidad de los Canales del Taibilla en los años 50. Éste es un entorno poco natural y extremadamente inflamable.
Sin embargo, por la convivencia con el fuego durante millones de años, los ecosistemas mediterráneos están preparados para sufrir incendios con cierta periodicidad. Si estos incendios no son demasiado recurrentes en el tiempo, los bosques autóctonos se recuperan exitosamente de los incendios y la vida vuelve a llenar el monte en un plazo razonable de tiempo.
La mejor garantía, por tanto, para luchar contra el fuego y contrarrestar sus efectos no es eliminar la maleza y los arbustos de un bosque, sino tener ecosistemas sanos y biodiversos acordes con la vegetación que corresponda de forma natural a la zona. En el caso de nuestras sierras de Cartagena y La Unión, procedería aclarar las masas de pinos, eliminando el exceso de estos árboles y tratar de naturalizar lo más posible estos pinares introduciendo especies de árboles y arbustos propias de nuestros montes y que rebrotan sin problemas después de los incendios.
¿Qué hacer después de un incendio forestal?
Para terminar, entre las medidas que proponemos para favorecer la rápida recuperación de nuestros montes tras un incendio se encontrarían las siguientes:
* Evitar introducir maquinaria pesada en el monte para evitar la erosión producida por ésta y no retirar la madera muerta tras un incendio. La madera muerta alimenta a numerosos animales y hongos y, de esta manera, sus nutrientes retornan al ecosistema.
* Permitir la regeneración natural del monte. En numerosísimas ocasiones, como ya se ha explicado antes, la vegetación ibérica es capaz de recuperarse por sí sola tras el incendio. En ecosistemas autóctonos maduros, la intervención humana post-incendio es, muchas veces, totalmente innecesaria.
* Cuando se trata de bosques de repoblación sí procedería intervenir, erradicando totalmente los eucaliptos y, en el caso de los pinos, clareando el exceso de regenerado tras el fuego, y sustituyéndolos por las especies autóctonas propias del hábitat con el fin de tender hacia la comunidad climácica de la zona.
En ARBA Cartagena -La Unión estamos llevando a cabo desde 2017 un proyecto de restauración forestal de la zona incendiada de la Sierra de La Muela. En este caso, nuestra propuesta ha sido la de sustituir una pinada exclusiva de pino carrasco por un bosque mixto compuesto por una gran cantidad de especies diversas, entre ellas cipreses de Cartagena (Tetraclinis articulata), lentiscos (Pistacia lentiscus), coscojas (Quercus coccifera), incluso encinas (Quercus rotundifolia), madroños (Arbutus unedo) y labiérnagos (Phillyrea media), con el fin incrementar su biodiversidad y potenciar así su resistencia al fuego, las plagas y la sequía. Puedes consultar los detalles de este proyecto en el enlace al principio de este párrafo.
Jornada de plantación en 2019 en la zona incendiada de la Sierra de La Muela. Llevamos hasta el momento unos 2.500 árboles implantados y nuestro objetivo es llegar a los 3.500 cuando cerremos este proyecto.
Por último, no queríamos terminar esta entrada de nuestro blog sin mostrar nuestro reconocimiento a la entregada labor de bomberos forestales y agentes medioambientales que todos los veranos ponen en riesgo sus vidas para tratar de salvar del fuego el extraordinario patrimonio natural y ecológico que constituyen nuestros montes ibéricos.
Nuestro
objetivo es dejar un medio ambiente mejor a los que vienen detrás de
nosotros. Queremos recuperar los bosques y arbustedas que hace siglos
cubrían nuestros montes. ¿Te animas a echar una mano? Puedes venir a
colaborar con nosotros físicamente y poner tus manos y tu trabajo, o, si
no tienes esa posibilidad, puedes apoyar económicamente a ARBA
Cartagena - La Unión y nosotros plantaremos esos árboles por ti. Tienes
la información en nuestra web.